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Música

Gonzalo Arias: "Quiero retribuir todo lo que se me ha dado"

septiembre 26, 2021

El talentoso guitarrista acaba de terminar un doctorado y lanza su tercer disco: Master Sonatas for Guitar, que incluye un estreno de Darwin Vargas. A los 32 años, cree que llegó el momento de retribuir.

Gonzalo Arias: "Quiero retribuir todo lo que se me ha dado"

Gonzalo Arias Contreras (1989), guitarrista.

Gonzalo Arias Contreras (1989) ha obtenido una veintena de medallas en diversas competencias alrededor del mundo. Entre ellas, el primer premio en el 9° Concurso Internacional de Guitarra J. S. Bach 2018, en Tokio; en el Concurso Internacional de la Universidad de Troy 2019, en Alabama, en el Concurso Internacional de Guitarra de Louisville 2020.

Ha estudiado también con estrellas mundiales de la guitarra: Manuel Barrueco, Christopher Parkening, Ernesto Bitetti, René Izquierdo y Daniel Bolshoy. Y ya ha tocado el Concierto Andaluz de Joaquín Rodrigo con la Orquesta Sinfónica de Baltimore y la dirección de Marin Alsop.

Ha compartido escenario con estrellas del cine como Meryl Streep, Julianne Moore y Viggo Mortensen, convocado por uno de los intelectuales chilenos más reconocidos en el planeta: Ariel Dorfman. Fue en 2010, cuando el dramaturgo organizó en Nueva York una función de su obra Speak Truth to Power: Voices From Beyond the Dark, a beneficio de los damnificados por el terremoto 8,8 en Chile.

Dorfman le pidió a Gonzalo Arias que interpretara música incidental. «De vivir en un pueblito tan chico, llegar a conocer a estrellas célebres, y que fueran tan humildes me impresionó mucho», reconoció poco después el guitarrista.

Cada una de las oportunidades que ha tenido, las ha construido él mismo, con una perseverancia digna de admiración. Porque en el inicio de su carrera artística, él tenía lo más importante, un talento musical indesmentible. Vivía San Esteban, localidad de 20 mil habitantes en la provincia de Los Andes, y había nacido en una familia de esfuerzo. Católico devoto, de niño le fascinaba escuchar al coro en la misa. Puso atención en la guitarra, y empezó a tocar de oído.

Gonzalo Arias tocaba en la iglesia, y tocaba en su casa, igual que su padre, un vendedor ambulante que un día quedó deslumbrado con el sonido de un guitarrista que estaba practicando en el jardín de su casa, en San Felipe. Era Emerson Salazar, uno de los mayores virtuosos de las últimas décadas, y quien hoy reside en Munich. Pero entonces, era un joven de 20 años, y estudiaba en la Universidad Católica de Valparaíso. Escuchó tocar a Gonzalo Arias, quien le mostró el arreglo propio que había hecho de El Cóndor pasa, y personalmente se hizo cargo de conseguirle una audición a este adolescente de 14 años en la Facultad de Artes de la Universidad de Chile.

«Es el guitarrista más talentoso que he visto. Era evidente que tenía una gran musicalidad e inteligencia», declaró al respecto Romilio Orellana, una de las grandes estrellas de la guitarra chilena. La Universidad de Chile lo becó, y Orellana lo tomó como alumno. La comunidad misma de San Esteban se hizo cargo de apoyarlo con los pasajes; por algún tiempo se hizo cargo la alcaldía, y en otras oportunidades los propios vecinos. Las Termas del Corazón también se sumaron contratándolo desde ese mismo momento para que actuara allí los fines de semana.

Gonzalo Arias se tituló y fue sumando también premios, alcanzando una quincena de reconocimientos internacionales. Y luego siguió estudiando; ya completó un diplomado en Indiana con Ernesto Bitetti, un magíster en Wisconsin con René Izquierdo, y el doctorado en Georgia con Daniel Bolshoy.

«El otro día hice una clase magistral para los alumnos del profesor Orellana, y él destacó que yo era el primer doctor en artes musicales de su cátedra», comenta, emocionado, Gonzalo Arias. «Estoy muy feliz por poder contribuir con algo así. Obviamente todavía no le tomo mucho el peso, pero creo que con los años voy a ver frutos de haber salido adelante», agrega.

¿Qué representa para usted la figura de Romilio Orellana?

«Para mí es como una imagen paterna musical. Él ha estado siempre conmigo, desde los 14 años cuando empecé con él. Ha estado presente en todas las decisiones, el año pasado fui al concurso Andrés Segovia, y no sólo estuvo conmigo en mis decisiones de repertorio, sino directamente haciéndome clases. Es muy motivante reunirme con él, porque siempre hablamos de música, y de cómo ir progresando. Yo le digo profesor, siempre le voy a decir profesor. Algo que me tiene muy contento es que hasta el día de hoy me llama para que les dé clases magistrales a sus alumnos, y eso implica que tiene confianza en mí, lo que es muy importante».

Recordemos cómo fue el inicio de su educación formal en la guitarra, con Romilio Orellana. ¿Cómo fue su primer acercamiento a la música clásica?

«Todo partió gracias a Emerson Salazar, que ahora hace clases en Munich, pero entonces vivía en San Felipe. Mi papá es un vendedor ambulante, venimos de una familia muy esforzada, y mi papá escuchó a Emerson cuando practicaba en el jardín de su casa. Emerson tuvo la osadía de llevarme a la Universidad de Chile, y Romilio me aceptó en su cátedra. Me gustaba mucho tocar cuecas, y tocaba música religiosa, pero no sabía leer música. Y bueno ahí estudié los nueve años de la carrera, saqué mi título, y después seguí estudiando afuera».

¿Qué era lo que Emerson Salazar estaba escuchando cuando su padre lo escuchó?

«Emerson estaba tocando el Preludio 1006, de la Suite para laúd de Bach, que es muy virtuoso. Cuando yo escuché a Emerson tocar, de la guitarra salí magia. No había otra explicación porque el nivel era otro, y en ese momento me enamoré de la guitarra, y decidí dedicarme a la guitarra para siempre».

Ahora, su tesis de doctorado para la Universidad de Georgia, se ha convertido en un disco que Gonzalo Arias grabó este primer semestre en Santuario Sónico, el estudio de Juan Pablo Quezada. Ya está disponible en Spotify, y se titula Master Sonatas for Guitar.

Incluye la grabación estreno de Sonata de Septiembre para María Ester (1978) de Darwin Vargas Wallis (1925-1988); la Sonata para guitarra (1933) de Antonio Jos´é (1902-1936); la Sonata para guitarra (2007-2010) de Roberto Sierra (1953) y la Sonata N° 3 (2010) de Dusan Bogdanovic (1955).

Es su tercer disco profesional; el primero lo grabó en Buenos Aires como parte del premio «María Luisa Anido» en 2012 y el segundo fue monográfico de Joaquín Rodrigo, en 2019.

Hablemos del disco y de su investigación de tesis. Entiendo que trabajó con cuatro autores modernos.

«Justamente. Mi investigación fue sobre cuatro master sonatas y las cuatro son modernas. La más antigua es de Antonio José, que la compuso en 1933, es una sonata cíclica, en el sentido de que los materiales usados en el primer movimiento son usados después en el último movimiento. Elegí la Sonata Moderna de José porque es pionera. En ese tiempo, existían sonatas de Ponce y de Turina, pero José la hizo extensa y con nuevos colores impresionistas que la hacían bastante impredecible, con armonías no preparadas, con disonancias, y con un cuarto movimiento totalmente virtuoso. Entre otras razones, tenía que elegirla por la muerte de Antonio José, lo fusilaron en 1936 y su música no pudo ser tocada hasta que pasaron muchas décadas, porque el gobierno de Franco la prohibió. Fue un asesinato muy cobarde».

También grabó Sonata de Septiembre, obra del compositor chileno Darwin Vargas, ¿no?

«Sí, la siguiente obra que elegí fue esta obra del año 1979 de Darwin Vargas, quien es de Talagante. Le pregunté al profesor Luis Orlandini por alguna sonata que nadie hubiera tocado para estrenarla yo, y él dio en el clavo al pasarme la partitura de Vargas. Había estado muchos años en la Biblioteca Nacional, sin que nadie hiciera una grabación. Inmediatamente contacté al profesor Jorge Rojas Zegers, guitarrista chileno que también es médico y fundador de Coaniquem, y él me asesoró con la sonata, ya que fue el mejor amigo de Darwin Vargas. Es muy interesante esta obra, en ella Varga es ciento por ciento nacionalista. Se la dedica a la mujer del doctor Rojas, que es una cardióloga, de hecho, se llama Sonata de Septiembre para María Ester. Esta obra tiene también temas contrastantes. El segundo tema del primer movimiento se basa en un canto gregoriano, en los primeros dos compases del Te Deum y Vargas hace una variación sobre esto. También es una sonata cíclica donde los materiales del primer y del segundo movimiento son presentados en el último movimiento, lo cual le da unidad a la obra. Mezcla en el último movimiento folclor chileno, a través de las síncopas de la cueca, y otros elementos de percusión que emulan a las palmas cuando uno toca la cueca, y también el rasgueado típico de la cueca. Entonces es una obra bastante nacionalista, porque el canto gregoriano se canta el 18 de septiembre, en la misa del Te Deum, como acción de gracias por el país. El segundo movimiento es muy melancólico, se llama Oración y es una maravilla. Es una obra muy bonita».

De Darwin Vargas, le gustó el lenguaje, entonces. ¿Lo considera un compositor importante en nuestra historia, y no suficientemente reconocido?

«Claro, tiene un lenguaje propio, mezcla folclor con música religiosa. Él era un profesor muy apasionado, viajaba muchos kilómetros para hacer clases de armonía en la Universidad Católica de Valparaíso. Era muy carismático, tocaba guitarra, y entre sus obras más conocidas está el coral que escribió para el Templo de Maipú. Se han hecho festivales a nivel nacional en honor a Vargas. Él amó mucho la escuela wagneriana, y considero que hay mucho Wagner en su obra, porque usa muchos motivos, como leitmotiv, pequeñas células que las aplica durante toda la obra. En esta obra que grabé, lo interesante es que mezcla música consonante con música disonante, pero siempre hay una tonalidad, un esqueleto donde todo empieza y termina. Es una obra muy atractiva».

¿Qué nos puede decir de las dos otras obras que grabó en su disco?

«Las dos son del año 2010. La primera obra corresponde al compositor puertorriqueño Roberto Sierra, que es conocido por sus sinfonías. Roberto Sierra le escribió esta obra a mi ex profesor Manuel Barrueco, quien grabó esta obra dos años atrás, y mucho de su interpretación lo aplico también. Elegí esta obra porque siempre va como hacia adelante, es una obra muy misteriosa y vertiginosa. Y es virtuosísima. Es vertiginosa por la combinación entre escalas octatónicas que usa, más acordes aumentados, acordes disminuidos, y aparte le aplica rasgueado. Es rápida, siempre está yendo en busca de algo. El segundo movimiento tiene una pasacaglia escondida, empieza muy religioso, muy modal, y luego ya se transforma en un caos la obra, pero aun así mantiene la passacaglia. El tercer movimiento es un scherzando donde hace juegos rítmicos, los acentos y las articulaciones son muy importantes. Y en el último movimiento usa todos los elementos caribeños, escalas también octatónicas, y usa diferentes acentos en diferentes voces. Juega mucho con eso. Es una master work y poca gente la ha tocado. La Sonata 3 de Bodganovic es un lenguaje completamente diferente, también es moderno, y lo más parecido que se me viene a la cabeza es el jazz, entre jazz y rock. Es una obra bastante roquera. Combina dos tetracordes, uno lidio y otro frigio, y con eso desarrolla la obra, con diferentes acentos también, usa mucho el típico canto de los Balcanes. Es muy interesante la música de Bogdanovic».

¿Cómo ve todo lo que ha pasado desde los 14 años, cuando empezó a estudiar, hasta ahora?

«Todo lo que he vivido desde los 14 años es más o menos lo que esperaba, así que no tengo mucho que reclamarle a la vida. Creo que he hecho las cosas, con altibajos, pero bien. Siempre uno puede pensar que podía haber alcanzado mayor calidad en algo, o demorarse menos, pero al final estoy bastante conforme con el trabajo realizado. He tratado de hacer carrera, fui a Japón a un concurso, lo gané, después gané dos concursos más en Estados Unidos. Me siento bien, y siento que de nuevo todo parte de cero, ahora que ya estudié. Estoy mentalizándome en lo que va a ser el futuro de ahora en adelante: enseñar y dar conciertos».

Ahora que terminó el doctorado, ¿piensa radicarse en Chile o volver a Estados Unidos?

«Estoy buscando trabajo allá y acá. Estoy viendo ambas posibilidades».

El interés que tiene por enseñar, en forma paralela a su carrera como concertista, ¿tiene que ver con retribuir lo que usted recibió, la formación que pudo tener?

«Claro. Mi interés es retribuir a la juventud, tanto en San Esteban, como en Chile. Retribuir todo lo que a mí se me ha dado; ayudar a otras generaciones a que también estudien la guitarra; retribuir académicamente. En el futuro, me gustaría quizás hacer un conservatorio de música acá en San Esteban. Es algo que me gustaría, pero tengo que ver dónde estoy más adelante. La verdad es que me gustaría motivar a los jóvenes con la música. Inspirar. Ésa es mi meta».

En su caso, el apoyo que tuvo de la comunidad cuando empezó a estudiar fue bastante importante, lo entrevisté en 2012, cuando publicó el disco como premio del Concurso «María Luisa Anido», y acababa de ser becado para estudiar con Manuel Barrueco. En ese momento, el pianista Roberto Bravo lo sumó a un concierto de él, para reunir fondos para su estadía. Y cuando lo entrevisté y hablamos de su época de estudiante, me mencionó que se hacían vacas, que pequeños comerciantes, el alcalde lo apoyaban con los pasajes para viajar a clases en Santiago desde San Esteban. Y que las Termas del Corazón siempre lo habían apoyado también.

«Sí, las Termas del Corazón siempre me apoyaron. Toqué por más de 13 años ahí, todos los fines de semana. Con la pandemia ahora ya no se ha podido. Y hubo un período en que también recibí bastante ayuda de la alcaldía, con pasajes para poder ir a estudiar a Santiago, y la misma Facultad de Artes que me becó. La otra ayuda importante ha sido acá en mi casa; de mi papá y mi mamá. Aquí no hay una cultura musical, pero aun así me ayudaron, o sea, no siendo músicos, viviendo de otras cosas, me apoyaron. Podían haberme dicho ‘No, estudia otra cosa’ o ‘Si no estudias otra cosa te puedes ir de la casa’. Pero no fue así, siempre hubo un apoyo en mi familia».

Pensando que en su propio caso no existió una institucionalidad que pudiera hacerse por completo cargo de sostener financieramente la formación de un talento excepcional, considerando que hubo que hacer vacas, que hubo personas que con su apoyo hicieron viable que usted se pudiera convertir en un músico profesional, ¿qué relevancia le asigna usted al acceso a la cultura y al acceso a la educación artística? ¿Cree que muchos más jóvenes debieran tener esta oportunidad, que debiera existir un derecho a la cultura y la educación artística?

«Sí. Lamentablemente hasta a los músicos profesionales nos cuesta tener acceso. Acá no hay un departamento de cultura donde uno pueda ir a practicar, donde uno pueda desarrollarse, hacer clases. Me refiero a San Esteban, que es un espejo de lo que pasa en Chile. No hay una gestión cultural, no existe motivación. Y no hablo sólo de la guitarra; a mí, por ejemplo, me encantaría hacer clases de lectura musical, enseñarles a los jóvenes cómo leer música y a través de ello ayudar en su proceso cognitivo, es decir, mejorar el rendimiento escolar. Pero ese derecho no existe. Entonces hay que juntarse con los alcaldes y contarles la situación y ver qué posibilidades hay».

Por Romina de la Sotta Donoso | 26 de septiembre de 2021.

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