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Artes visuales

Paula Honorato: "Es magnífica la obra de Santos Chávez"

abril 10, 2022

La curadora a cargo de la exposición Armonía de lo justo, que se exhibe en Sala Gasco, explica cómo la obra del eximio grabador mapuche es una celebración de la vida. y cuán urgente es hoy observar su vínculo sagrado con la naturaleza.

Paula Honorato: "Es magnífica la obra de Santos Chávez"

Paula Honorato, curadora de Armonías de lo justo en Sala Gasco.

A inicios de 2001, y poco antes de cumplir 67 años, murió uno de los grandes artistas que han nacido en Chile: Santos Chávez Alister. Sus obras son parte de las colecciones de decenas de los más importantes museos del mundo, entre ello, el Metropolitan de Nueva York, el Smithsonian, el Museo Estatal de Berlín y el de Bellas Artes de México. Él decía que el éxito era solamente parte de ser honrado. De ser uno mismo.

Nació en Canihual, comunidad mapuche ubicada entre Tirúa y Quidico, en Arauco. Quedó tempranamente huérfano, y lo crió su abuela. Era un niño pastor y siempre recordaba que sus días más felices eran cuando llovía, porque entonces podía ir al colegio.

Santos Chávez (1934-2001). Dejó un legado de más de mil obras, entre grabados, acuarelas, portadas de libros, ilustraciones interiores y carátulas para discos. Foto: Archivo Fundación Santos Chávez.

De adolescente, se fue a Concepción; trabajó de jardinero, de vendedor. Quería estudiar música en el conservatorio, quería ser astrónomo, pero dibujaba, y a los 14 años lo becó la Sociedad de Bellas Artes penquista. Estudia allí con Tole Peralta, y Julio Escámez le enseña las bases del grabado. “Me decían que no servía. Que me dedicara a otra cosa. Pero yo volvía una y otra vez. No tenían más remedio que recibirme. No podían aceptar que un hombre con cara de indio como yo dibujara y pintara”, decía, sobre esos días.

En 1960 llega a Santiago, pues Nemesio Antúnez lo invita a sumarse al Taller 99. Allí, descubre todos los secretos de la litografía, el aguafuerte, la punta seca y la xilografía. Fue ayudante de Delia del Carril y enseña en la Escuela de Artes Aplicadas de la Universidad de Chile. Pinta dos murales históricos en Santiago: uno en el frontis del sindicato de suplementeros en San Francisco, y otro para el icónico edificio de la Unctad III- actual GAM). Ambos fueron cubiertos con cal en 1973; el del GAM fue restaurado.

Ya los años 60, Santos Chávez empieza a ser premiado a nivel nacional e internacional y gracias a ello sigue estudiando, por ejemplo, en el Taller Fray Cervando de Ciudad de México, en el Pratt Graphic Center de Nueva York y en el Instituto de Artes de Chicago.

Sufre el exilio desde 1977. Vivió en Europa y su nombre adquirió fama mundial por el trabajo que hizo en el Graphic Workshop de Estocolmo. Se radicó en la República Democrática Alemana, hasta que pudo retornar a Chile. Lo hizo en 1994, después de haber realizado más de 40 exposiciones en el exilio. En Chile sigue trabajando, infatigable, hasta poco antes de morir. En 1997 se publica la primera traducción al mapudungún, realizada por Elicura Chihuailaf de Pablo Neruda: Todos los Cantos, Ti Kom VL (Pehuén), que ilustró Santos Chávez. En el año 2000, recibe el reconocimiento de sus pares, el Premio Altazor.

Santos Chávez y su Altazor 2000. Foto: Archivo Fundación Santos Chávez.

Hasta el 6 de mayo, Sala Gasco Arte Contemporáneo exhibe «Armonía de lo Justo», muestra que da cuenta de los últimos 20 años de producción de Santos Chávez. Radio Beethoven conversó con la curadora Paula Honorato Crespo (1971), al respecto del enfoque expositivo que desarrolló en equipo con la investigadora María José Delpiano y con la comisaria de la sala, Mariana Silva. También sobre el lenguaje, la técnica y el vínculo con la naturaleza del célebre grabador mapuche, y respecto de la selección de obras que se exhiben de la colección de la Fundación Santos Chávez.

Paula Honorato Crespo es doctora en Filosofía por la Universidad de Chile y licenciada en Estética por la UC. Profesora en la Universidad Alberto Hurtado, es además curadora en el Museo Nacional de Bellas Artes.

¿Cómo llega a usted el encargo de curar esta exposición de Santos Chávez?

«Fue algo bastante casual. La comisaria de la Sala Gasco, Mariana Silva, me comentó que tenían una exposición con la Fundación Santos Chávez y le pregunté si la podía acompañar porque quería ver esas obras. Me preguntó quién podría escribir y le dije inmediatamente que la mejor investigadora en grabado que conozco es María José Delpiano, y ella escribió un texto precioso. Quedé totalmente cautivada con la obra de Santos Chávez y me pidieron que me involucrara para ayudar a hacer la exposición, y así es como entré a este trabajo maravilloso, porque yo quería conocer lo que estaba guardado por la fundación. No tenía la visión completa de la obra de Santos Chávez, conocía las obras más antiguas, las más exhibidas, y me encontré con algo fascinante. Ronald Kay, que fue un gran crítico de arte y que escribió sobre muy pocas obras, dijo una vez que Santos Chávez era fantástico, y yo siempre me quedé con esa curiosidad. ¿Qué encontró él en Santos Chávez? Y bueno, ahora que conozco la obra de los últimos 20 años me puedo dar cuenta de que es una obra tremendamente fina, depurada. Es magnífica la obra de Santos Chávez».

Cuando empieza la vida (1997), de Santos Chávez. Foto: Sala Gasco.

Entonces, ¿usted tuvo la libertad para hacer una selección en el gran acervo que custodia la Fundación Santos Chávez? ¿Cómo hace la selección?

«Lamentablemente no fue así, porque teníamos algunas limitaciones. La fundación sólo iba a exhibir obra que estuviera enmarcada. Como la sala es más pequeñita, hicimos una selección de 26 obras que estaban en buenas condiciones y dentro de lo que estaba enmarcado. Sin embargo, hay un universo mayor. Escogimos obras que dieran cuenta de este proceso que él realiza en los últimos años, cuando él vuelve a Chile, en la década de los 90, cuando pasa de una figuración por la que es más conocido, desde antes de que se fuera a vivir al exterior, a un trabajo en el cual experimenta con gestos y con manchas, todo esto en el lenguaje del grabado, que es algo bastante complejo, porque el grabado está hecho solo para la línea. Entonces pasamos de unos trabajos más figurativos, con una iconografía que siempre estuvo asociada más a una iconografía popular, a otras obras que empiezan a caminar hacia propuestas muy abstractas, que se acercan mucho al arte japonés, al arte zen. Con muy pocos elementos él genera unos efectos enormes y justamente eso apunta a una relación con la naturaleza muy fina que uno logra percibir en sus obras. Siempre ha sido una constante este vínculo especial con la naturaleza, pero en estos últimos años están las conclusiones de una carrera dedicada a unos temas bastante acotados, a unas experiencias que él las lleva hasta un punto muy, pero muy elaborado».

Obra de Santos Chávez. Foto: Sala Gasco.

Para mí, hay dos características muy interesantes en Santos Chávez. Él trabajo con gestos y figuras que desarrolla a lo largo de su vida; vuelve una y otra vez a ellas, pero siempre con una mirada nueva y que hace que parezca que son cosas distintas, pero la verdad es que él estaba trabajando en lo mismo. Y lo otro que encuentro interesante es que trabajó con medios y recursos muy diversos. Conocemos sus grabados en blanco y negro, o con un solo color adicional, en general el rojo, pero también hizo acuarelas impresionantes, y cuando usa más colores es desbordante. ¿Le gustaría hablarme del enorme y variado universo que existe de Santos Chávez, comparado con la idea que se tiene en general de él?

«Por una cuestión de espacio y de poder entregar algo contundente, nosotros nos concentramos en los grabados. Y porque él es un grabador fantástico, incluso el ejercicio técnico del grabado lo pusimos en escena en la exposición; se muestra cómo él trabaja y cómo con este medio que es muy particular, cómo con el proceso del grabado, él hace eso. Efectivamente él hizo pintura y acuarelas, pero no nos metimos en ese tema, sino que nos concentramos fundamentalmente en el grabado porque es el medio que él más desarrolló, y donde más experimentó. Efectivamente él, como todos los grandes artistas, trabaja temas muy acotados, pero los desarrolla hasta el final. Los artistas están toda la vida en torno a un asunto, que están toda la vida resolviendo. Cuando uno ve un desarrollo así, los resultados son magníficos. El grabado es su medio principal de experimentación. Pero a pesar de estar en torno a las mismas experiencias, que son las experiencias de su niñez con la naturaleza, cuando él cuidaba a los animalitos siendo niño, para aportar a la manutención de su familia; él era un niño que trabajaba, pero trabajaba en la naturaleza, con los animales y el tipo de relación que tiene con la naturaleza y con los animales es algo que no tiene nada que ver con nuestra experiencia si tú quieres más occidentalizada de la naturaleza. Y es en torno a eso que el medio del grabado lo lleva hasta el final. Entonces tú ves ahí no sólo un motivo de obra, sino que un medio de obra. La obra, el motivo y el medio se amalgaman de una manera impresionante en toda su carrera».

Rocío de la mañana (1997), de Santos Chávez. Foto: Sala Gasco.

¿Podría usted comentar la expresividad en el trabajo de Santos Chávez, y también esa admiración que parece sentir, una admiración justamente infantil, frente a lo que está representando? Porque siempre se ve una admiración, un amor profundo por lo que está poniendo en grabado.

«Claro. Lo que está ahí en su obra es una manera de estar en el mundo y una sensibilidad que está hecha lenguaje, entonces lo interesante de Santos Chávez es que él trabaja en torno a esta experiencia de la naturaleza que tiene que ver con otros referentes culturales, como su cultura mapuche, que obviamente funciona de una manera muy distinta en su vínculo diario y cotidiano con la naturaleza. Eso siempre va a estar presente en él, aun cuando él viaja por el mundo, vive en Europa, se lo pasa muchos años itinerando, se la pasa inmerso en el arte y en el mundo del arte. Me gustaría agregar una cosa de su lenguaje. Él es tan directo, que su obra llega directamente a la fibra. No hay que ser un experto en arte contemporáneo, en grabado, para poder sentir lo que él te quiere transmitir, que es esta manera de estar en el mundo, en la naturaleza, con unas sensaciones de armonía, por eso le pusimos ‘La armonía de lo justo’, él con poco hace mucho. Él llega a la línea precisa, al gesto preciso, finalmente, a una mancha precisa. Él, con muy poco, es capaz de transmitir una manera de estar en el mundo, y eso es que parece como tan sencillo, es lo más difícil de lograr para un artista. Es como los trazos de Miró cuando se acercaba a la escritura japonesa; ¿cuántos años requiere un caligrafista japonés para hacer ese gesto? Muchísimos. Y me pasa lo mismo con Santos Chávez, eso que parece ser tan sencillo, la verdad es que es lo más difícil de lograr y es lo más directo. Entonces, lo maravilloso de Santos Chávez es su comunicación fluida con todo el público. Eso es muy bonito; sus grabados están mirando hacia la calle a través de los ventanales de Sala Gasco, y ésa es también una invitación».

Es como una vitrina la Sala Gasco.

«Es como una vitrina enorme. Entonces, tú ves esto y te llama a entrar. El arte es para todo el mundo, pero a veces no se sienten invitados. Lo que me gusta de esa galería es que es una invitación constante porque están los ventanales y la gente se acerca a mirar».

Grito geográfico (2000), de Santos Chávez. Foto: Sala Gasco.

Usted mencionó la técnica. Y la verdad es que Santos Chávez es reconocido como un excelente técnico porque la dominaba y tenía una sutileza impresionante para cada una de las cosas que él hacía en esta disciplina que requiere muchísima precisión, y que requiere una capacidad de dibujo sobresaliente. ¿Cómo se refleja eso en la muestra? ¿Tienen algunas fotografías de talleres de él, o herramientas?

«Por supuesto. Tenemos fotografías, y herramientas, tenemos elementos que te indican en una vitrina el proceso y tenemos también unos grabados desmontados del marco. Entonces si tú no sabes cómo se hace eso, podrías pensar, en el desconocimiento, que esto es un dibujo. La verdad es que cuando ves las planchas de la litografía te das cuenta de que todo lo que está ahí, impreso en el papel, fue impreso con una matriz de madera, que fue tallada, pues se dibuja tallando y de ahí salen copias. Ahí hay un sistema de producción que es tremendamente interesante y fascinante también. Eso está puesto en escena de manera bastante didáctica. Entonces lo interesante es que vas a poder ver un desarrollo de obra con unas experimentaciones que toman distintas formas en la iconografía, en las imágenes, y también vas a poder ver cómo es que llega a esas imágenes, técnicamente, y eso también te permite ver la destreza, la maravilla, independiente del logro de su obra. Porque claro que es difícil dibujar sobre madera tallando. La línea en la madera es cómo se configura».

Roble huacho (1999), de Santos Chávez. Foto: Sala Gasco.

Este territorio, el chileno, es singular en el alto nivel de sus grabadores, en todas las escenas artísticas, como autorías, y también en el grabado popular, con ejemplos como la lira y la generación del 38. Sin embargo, por parte de la ciudadanía hay un desconocimiento de la técnica misma. Se agradece ese gesto pedagógico que han tenido en la muestra, pues nos invita a reconocer que para llegar a ser un gran artista no sólo hay que tener algo que decir, sino además trabajar largamente, con mucha paciencia y dedicación en lo técnico.

«Sí, aquí el dominio técnico y la motivación, lo que él quiere expresar, está muy de la mano. Aquí de verdad hay un dominio maravilloso que no es virtuosismo, sino que es una búsqueda, es una experimentación, es un camino donde él convierte el medio del grabado en la posibilidad de transmitir algo que realmente es una obra que está ajena de toda mala experiencia, con lo duro que fue la vida de Santos Chávez. Cuando miras su obra, está todo tan depurado, destilado, llevado a una relación casi sagrada con la naturaleza, en el sentido más puro de lo sagrado. Entonces lograr eso, con el medio pero también con el espíritu del artista debe haber sido algo muy arduo, muy difícil. Es algo muy bonito, es un aporte a todos nosotros sobre cómo estar en el mundo».

Santos Chávez, trabajando. Foto: Archivo Fundación Santos Chávez.

Conocí a Santos Chávez y era una persona muy profunda. Si uno le preguntaba por su niñez, pensando que había sido tan dramática, tan difícil, él sólo decía que era inmensamente feliz cuando llovía porque podía ir al colegio. Si hablaba de cómo fue legar a Santiago, cómo fue el exilio, tener que vivir afuera, el dolor de la gente muerta, la soledad… Cuando él hablaba era igual que lo que pasa en su obra, En Santos Chávez siempre se expresa una alegría de vivir que es más grande que todo.

«Sí, su obra es una celebración de la existencia de las cosas. Y eso, con todo lo que vivió él, desde la violencia infantil hasta el exilio, una vida dura, como es la vida en general de la gente… Es algo que llena el corazón, y esto está afuera de la critica de arte más dura. Yo no tuve la oportunidad de conocer a Santos Chávez, sino que puedo leerlo en su obra, y realmente es una invitación que vale la pena para todo el mundo. No es una obra compleja que requiera conocimientos de arte, sino que en esta muestra están los elementos para entender cómo hizo eso, y bueno, el resto es exponerse a la obra de Santos Chávez. A la sensibilidad de Santos Chávez».

Lago de los enamorados (2000), de Santos Chávez. Foto: Sala Gasco.

“Todo artista tiene deberes para con la vida y la felicidad del ser humano…
Nunca olvido cómo en mi aldea los señores azotaban a los campesinos de las reducciones, como si fuesen esclavos. Siempre me he planteado la lucha política como un camino para conquistar la justicia y la dignidad humana. Y la única manera de que eso no sea un engaño, es que el propio pueblo sea el protagonista principal”, declaró Santos Chávez, poco antes de su muerte, en una entrevista para Punto Final.

En el momento que vivimos ahora como país, es importante volver a ver la obra de Santos Chávez entendiendo sus raíces. Ahora que palabras como plurinacional y pluricultural ya están entrando en el léxico a pesar de las resistencias conservadoras, ¿es interesante revisitarlo hoy que el país puede verlo de una nueva manera?

«Sí. Santos Chávez nos propone algo que va más allá de lo reivindicativo del pueblo mapuche. Nos está proponiendo una manera de relacionarnos con las cosas que es la que hace que tengamos una relación lícita con la naturaleza. Tenemos un problema feroz de autodestrucción del medioambiente y lo que vemos ahí es un equilibrio increíble con la naturaleza que está en la experiencia de los mapuches. Entonces, independiente de la defensa de los derechos políticos, sociales e históricos, aquí hay mucho que aprender de esa cultura que nos está mostrando Santos Chávez, como volver a religarnos con la naturaleza. Es algo que aprendió en su niñez, llevando estas cabritas, estos animalitos al cerro. Lo aprendió en su casa, en su cultura, y claro, tiene un tesoro entre sus manos fascinante, en este minuto que nosotros necesitamos tener otras formas de relación que no sean económicas ni extractivas».

Reflejos (2000), de Santos Chávez. Foto: Sala Gasco.

Respecto del arco temporal de las obras que se exhiben en la muestra, ¿en ellas se refleja cómo cambia, como pasa él de los figurativo a otras formas?

«Son las obras de los últimos 20 años de Santos Chávez. Y él va y viene con lo figurativo, pero lo interesante es que él siempre está experimentando las posibilidades de la expresión y del grabado. Entonces en estas últimas obras uno se pregunta cómo es posible que experimente a tal punto que de repente se ponen sumamente gráficas las obras, otras veces, en el caso de las últimas litografías, que tenemos tres litografías en la muestra, el resto son xilografías, son prácticamente unas experimentaciones de la mancha. Y tú dices qué saltos se dio aquí Santos Chávez. Pero aun en sus obras figurativas está la experimentación y los gérmenes de lo que va a hacer al final. Entonces, no es un desarrollo necesariamente lineal, pero sí podemos decir que él constantemente está en un trabajo, buscando siempre con los elementos mínimos dar lo máximo. Y eso es un trabajo de abstracción, de depuración formal, de búsqueda bien delicado, bien interesante que lleva al grabado a su límites como medio: eso es lo que yo creo que es sumamente fascinante. Es un tremendo artista, lo pongamos donde lo pongamos, lo consideremos arista mapuche, lo consideremos artista chileno, lo consideremos artista del mundo. Es un artista bastante universal».

Tempestad (1999), de Santos Chávez. Foto: Sala Gasco.

Justo le iba a preguntar, ¿qué lugar ocupa Santos Chávez en la escena nacional del siglo XX?

«En la escena nacional es una de las figuras importantes en la tradición del grabado. El grabado tiene como una de sus fuentes el sur de Chile. En torno a la Universidad de Concepción nos vamos a encontrar con grandes grabadores, Millar, Vilches, Santos Chávez, Escámez… Hay un mundo del grabado donde se reúne tanto el grabado popular, con todos sus orígenes que tú misma me señalaste, como un grabado más moderno. Santos Chávez, cuando uno ve esta exposición dice ‘¿dónde lo ubico? Se lo conoce más como el grabador popular, con motivos alusivos a la Región de la Araucanía, pero la verdad es que esta obra de los últimos años lo saca de esa etiqueta con la que generalmente se le reconoce, y por eso nosotros quisimos mostrar a un Santos Chávez más desconocido. Porque un Santos Chávez en sus experimentaciones, en sus riesgos, esos trabajos que si bien se han mostrado, no son los que el público general conoce más. Ésa es más o menos la propuesta que quisimos armar con María José Delpiano y con Mariana Silva, con la comisaria de la sala».

El trabajo curatorial, indica Paula Honorato, lo realizó con ambas: «Entre las tres llegamos a esta muestra, más lo que nos podía ofrecer la fundación. La verdad es que nos habría encantado tener acceso a todos los grabados sin limitación, que es una cantidad bastante mayor. Creo que Santos Chávez se merece una gran, gran, gran exposición, con prácticamente toda su obra».

Cerro y cabritas (1999), de Santos Chávez. Foto: Sala Gasco.

«Armonía de lo justo» se centra en cómo Santos Chávez se plantea el mundo desde la práctica del arte. Su trabajo es una respuesta espiritual, ética y artística al modo en que habitamos y nos vinculamos con lo que nos rodea. La inmensa mayoría de las obras son xilografías, es decir, grabados en madera, y sólo tres son litografías, o sea, trabajos con piedra.

Para la muestra, según Paula Honorato, «se hizo un trabajo con mucho cariño por la obra de este artista tremendo que me habría encantado conocer».

La verdad es que la primera vez que uno conoce una obra de Santos Chávez, uno piensa inmediatamente ‘¿cómo está tan llena de amor la persona que hace esto?’.

«Sí, tú lo has dicho. Es exactamente como tú lo has dicho».

¿Le gustaría invitar a los auditores de Radio Beethoven, para que visiten la exposición en Sala Gasco?

«Sí. Invito a la muestra de Santos Chávez ‘Armonía de lo justo’. A quienes no conocen esta obra magnífica, los invito a conocerla, y a quienes lo conocen, a concentrarse en los últimos 20 años de su trabajo y tener la oportunidad de descubrir de qué manera la experimentación de Santos Chávez logra las conclusiones más insólitas, siempre desde el lenguaje del grabado, trayéndonos a la vista una experiencia de la naturaleza, y una experiencia del espíritu también, que él logra y que realmente necesitamos en estos tiempos. Es una obra muy depurada, en la cual trabaja tanto la figuración como los caminos de la abstracción, y todo eso lo podemos tener a la vista en el recorrido de la muestra. Creo que es una obra además muy directa, que al público le va a encantar, es una obra que uno niño aprecia y se impacta, una obra que impacta un adulto, un experto en arte y alguien que no sabe de arte».

Coordenadas
«Armonía de lo justo» en Sala Gasco (Santo Domingo 1061, metro Plaza de Armas). Abierta de 9:00 a 17:00 horas, de lunes a viernes, hasta el 6 de mayo, con acceso liberado.

Por Romina de la Sotta Donoso | 10-04-2022.

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