1. Inicio
  2. Recomendados
  3. Cristián Salineros: «Hace rato que pasamos un punto sin retorno. Por eso Azoico tiene algo medio triste, medio melancólico y medio rabioso, pero también hay matices más esperanzadores»
Artes visuales

Cristián Salineros: "Hace rato que pasamos un punto sin retorno. Por eso Azoico tiene algo medio triste, medio melancólico y medio rabioso, pero también hay matices más esperanzadores"

marzo 21, 2024

El artista y académico de la Escuela de Arte UC exhibe en Mavi UC una exposición inquietante que conecta nuestras experiencias sensoriales y la memoria emotiva con la certeza de que vivimos una crisis, como humanos, en la relación con la naturaleza, y que esta crisis en realidad es interna: somos también territorio.

Cristián Salineros: "Hace rato que pasamos un punto sin retorno. Por eso Azoico tiene algo medio triste, medio melancólico y medio rabioso, pero también hay matices más esperanzadores"

El artista Cristián Salineros presenta una singular retrospectiva en el Museo de Artes Visuales Mavi UC. Es singular porque efectivamente da cuenta de temáticas que lo han motivado desde la época en que estaba haciendo su tesis, hace ya tres décadas, y también porque las soluciones técnicas y expresivas que desarrolla en la decena de piezas que exhibe se corresponden directamente con al menos tres exposiciones suyas recientes.

Sin embargo, lo que el académico de la Escuela de Arte UC está mostrando es, en su totalidad, obras nuevas que ha producido en los últimos dos años.

Esta exposición se puede visitar en Lastarria 307 hasta el domingo 24 de marzo y se titula «Azoico». A través de instalaciones, fotografías y esculturas, pone el foco en una época real de la historia del planeta en la cual no había vida tal como la conocemos. Un período que no nos legó testimonios orgánicos -fósiles-, sino solamente piedras.

El expositor propone una suerte de tabula rasa particularmente inquietante. En ese ayer en el cual no existía la vida nos reflejamos hoy, que estamos en un camino inexorable, en términos climáticos.

Radio Beethoven conversó al respecto con Cristián Salineros.

¿Cómo surge esta oportunidad para exponer en Mavi UC? ¿Tenía usted ya una relación con ese museo, experiencias previas?

«Estoy trabajando en una relación antigua con el museo Mavi, incluso antes de que fuera Museo Mavi UC. De hecho, la invitación a exhibir viene desde antes de esa alianza que hizo la Universidad Católica con el museo. Ésta es una invitación para exhibir que yo tenía hace por lo menos seis años atrás, y mi relación con el museo parte hace muchos años, cuando el museo se formó y adquirió un par de obras mías que son parte de su colección. Después de un tiempo, me invitaron a trabajar, por ejemplo, como miembro del comité curatorial; evaluábamos proyectos que se podían o no exhibir en el museo, y en algún momento me invitaron a ser jurado del concurso de Arte Joven Cabeza de Ratón. Siempre he tenido una relación con el museo, hasta este momento en que estamos con esta la exhibición hasta finales de marzo».

Entiendo que, por el tipo de trabajo que usted hace, es muy importante el lugar en el cual instala sus obras. Pensando en el museo como espacio, ¿cuáles de sus características arquitectónicas y también de interioridad jugaron un rol relevante cuando usted desarrolló el proyecto que se está exhibiendo, «Azoico»?

«Mi trabajo, en general, siempre está muy relacionado con el espacio, desde mi formación como artista que trabaja con el espacio y la relación que nosotros, como seres humanos, tenemos con el espacio. La arquitectura del museo en particular es muy especial, porque tú entras y desde una sala puedes ver prácticamente todas las salas del museo. Es una arquitectura muy abierta, en ese sentido, y para mí era un desafío pensar esta exhibición con una especie de lógica narrativa compartimentada, para lo cual yo empecé a trabajar en este proyecto hace más de dos años y medio, pensando en cómo iba a involucrarme con el espacio desde las reflexiones temáticas con las que yo estaba trabajando y cómo esas reflexiones bajan al mundo visual en relación a un espacio. Yo, por ejemplo, tengo una maqueta completa de las salas con las que estoy trabajando, es decir una maqueta del museo, como si fuera una gran casa de muñecas a escala, donde yo tengo la misma exhibición que está en el museo. La tengo reproducida a escala menor en mi estudio, habiendo hecho muchas pruebas de cómo y qué cosas iban a entrar en los espacios y cómo quería que entraran. Por lo tanto, efectivamente el espacio para mí, en particular la arquitectura del museo, es muy relevante en la exhibición».

«Azoico» es un recorrido que funciona como una frase que se va construyendo, como una frase que uno la termina de leer, digamos, al terminar el recorrido.

«De alguna manera, sí. Funciona un poco así, pero siempre contemplando que cada una de las salas en sí mismas también tengan una autonomía; que se pueda leer como una pieza o como una relación de cosas en la sala, como una unidad, pero que al mismo tiempo está interconectada o concatenada con las otras salas para construir esa gran frase de la que tú estás hablando».

¿Las temáticas en las cuales usted estaba trabajando, aquellas que lo estaban motivando cuando trabajaba en esta exposición, son temáticas que lo han motivado en general a lo largo de su vida? ¿Su trabajo se va expresando de diferentes maneras y con distintas materialidades, pero a partir de temas que siempre han estado en el centro de su interés?

«Sí. Es una opinión bien personal, pero yo creo que, como artista, uno hace una sola gran obra, que está partida en el tiempo con bajadas de exhibiciones. Creo que uno produce una sola gran obra que tiene distintas partes, y ésta es una parte más, como han sido otras exhibiciones o proyectos míos. Cuando empezamos a conversar con el curador de la exhibición, que es Miguel Ángel López, él me planteó ‘Bueno, ¿en qué estás pensando? Y yo le dije ‘Mira, es una especie de retrospectiva’, cuestión que yo probablemente nunca voy a hacer en la vida, que en este momento no tengo la intención de hacer, o que alguien va a hacer por mí. Entonces yo le decía ‘Mira, es como una retrospectiva, pero sólo con obra nueva’. Eso es muy contradictorio, porque la obra que está exhibida en el museo es sólo obra nueva, de los últimos dos años, pero de alguna manera sigue revisando los mismos intereses que he tenido desde que hice mi proyecto de título en el año 1998».

Estas temáticas se vinculan con el hombre y la naturaleza, y el hombre en su relación con el entorno. ¿Cuál es el centro, diría usted, de sus preocupaciones como artista?

«Creo que las cosas que definen gran parte de mi trabajo tienen que ver, efectivamente, con el ser humano, el territorio, el espacio y las relaciones que establecemos con él, ya sea desde el ámbito social, espacial o medioambiental en relación con la naturaleza. Son cuestiones que han estado siempre cruzando mi trabajo. De hecho, mi proyecto de título ya en 1998, que se exhibió en el Museo de Arte Moderno de Chiloé, fue una investigación de campo llevada al mundo visual a partir de la investigación del ser humano en relación a la estructura geográfica que habita. En esa memoria yo hablaba de un concepto que denominé sociogeografía, que es esta relación social que tienen las personas con el territorio, como una unidad sistemática en donde las cosas están interrelacionadas. Ésa era una investigación que trabajé en un largo tiempo en el Archipiélago de Chiloé hace casi 30 años, en cuanto a la relación con los ciclos naturales y cómo el ser humano es un catalizador o es un actor más dentro de un orden sistémico. De hecho, la memoria se llamaba ‘Ser lugar’, en el sentido del ser humano como lugar en sí mismo».

Como que nosotros somos lugar.

«Exacto. O sea, somos territorio también».

Obra de Cristián Salineros para la exposición Azoico. Foto: Álvaro Mardones.
Obra de Cristián Salineros para la exposición Azoico. Foto: Álvaro Mardones.

En «Azoico» estamos hablando también de una referencia a un antes, y estamos hablando en un momento como el actual, en el cual quizás ya no tengamos un después tan nítido, ¿no?

«Exactamente. Lo que pasa es que azoico es un período geológico de la Tierra que es justo el momento previo a la posibilidad de que existiera vida como la entendemos, vida orgánica, sobre la Tierra. Es el momento justo anterior, en donde no existía vida alguna, y lo único que hay son testimonios más bien pétreos, no hay testimonios fósiles ni orgánicos, por lo tanto es el momento justo anterior a, lo cual para mí es una idea tristemente bonita, porque es cómo yo planteo la idea de regresar al principio, pero no volver atrás. En el fondo, estoy pensando en que sigamos definitivamente hasta que esto termine, para llegar de nuevo al punto cero cero, que sería el azoico, y entonces tener la posibilidad de volver a iniciar esto, como un reseteo, pero ojalá de buena manera».

Es inquietante pensar en una época que no dejó fósiles. Está la memoria de las piedras, pero esa falta de legado, de pruebas de un período siempre es inquietante. En la música por ejemplo, se decía que en el sur de Chile no debe haber habido muchos pífanos porque se encontraron poquitos, pero es porque esas flautas se pudrieron porque eran de madera, no había tantas de piedra ahí. Es inquietante que no haya fósiles de una época; estamos muy asociados con la vida.

«Exactamente. Y como éste es un período justo anterior a la vida, pareciera que no hubiera testimonio de nosotros mismos, si quisiéramos verlo desde un punto de vista súper egocéntrico también. Entonces, para mi gusto, es muy interesante ese momento anterior, que está como desprovisto de la vida. Y en eso, hicimos una pequeña publicación que acompaña la exhibición en donde hay un texto reflexivo muy lindo de Andrea Valencia, que es la subdirectora y curadora adjunta de arte contemporáneo del Museo Tamayo de México, en donde ella acuña un concepto que es muy lindo; habla sobre lo presensible. Ella plantea que lo que entendemos por sensibilidad sólo está asociado a los cuerpos, por lo tanto, en este período azoico, al no existir cuerpo alguno, no estaríamos siendo testigos tampoco de lo sensible, sino que sólo de lo presensible, lo anterior a lo sensible».

En «Azoico», en el Mavi UC, vi materialidades muy distintas y que hay instalación, fotografía y propiamente escultura, ¿no?

«Sí. Efectivamente hay una diversidad de materiales que están en una relación simbólica con los contenidos de la exhibición. Y siempre pensaba que los materiales están al servicio de la idea y no la idea supeditada a los materiales. Es decir, hay algunas reflexiones o cuestiones que a mí me interesaba que aparecieran en la exhibición, que luego uno dice ‘Bueno, ¿cuál es el mejor material o la mejor forma de hacerlas visibles? Entonces afuera hay una gran pieza de un tronco enorme carbonizado que se conecta con el módulo lunar Apolo 11, que está construido a partir de una especie de carpintería como de mueblería. Esta pieza alude a estas utopías colonizadoras del espacio más allá de nuestra propia Tierra, ¿no? Es como la idea de abandonar este planeta en búsqueda de otros espacios que es lo mismo que las ideas colonizadoras de 500, 600 años atrás, sólo que de salir de aquí al espacio. Luego, al ingresar hay un gran tronco que está trabajado con unos materiales de superficies muy particulares, que son unas pinturas iridiscentes y que hacen que esa materia orgánica se convierta en un objeto muy ajeno a nuestra propia naturaleza. Es casi como una pequeña cita a la primera escena de Odisea al espacio de Stanley Kubrick. Luego hay unos objetos que son estas botas donde crecieron unos árboles interiores, y hay registros fotográficos que me permiten ir armando estos pequeños órdenes sistémicos entre imágenes y objetos».

Cristián Salineros detalla también tres instalaciones especialmente impresionantes. Una, porque su volumen es enorme y modifica por completo la percepción espacial de la sala. Otra, que por el contrario, es completamente transparente y aloja seres vivos. La tercera tiene algo lúgubre porque casi adivinamos frente a cuál material estamos, pero tendemos a desechar la idea, y esa negación de la que somos conscientes es inquietante.

«Hay una gran instalación de tierra, que son casi 200 metros cuadrados de tierra compactada, y que contiene pequeños testimonios pétreos. Es casi como un diorama, como menciona Miguel Ángel López en su texto, como un diorama que debería estar disponible para representar la vida, no obstante eso, en esta pieza no hay vida alguna, sino que hay puros testimonios pétreos. Y luego hay una gran escultura ‘jaula’ que tiene vida adentro, que son cinco canarios, aves que nacen, viven y mueren en cautiverio y que en este espacio están muy libres, así que de alguna manera generalmente pasa que se procrean. Están en un espacio muy generoso para volar. También hay una obra que está hecha a partir de recolección de huesos. Efectivamente, como tú dices, hay muchas materialidades que convergen en una narrativa común desde una lógica simbólica», detalla.

Me impresiona especialmente la obra de las botas. Es súper potente, porque nos recuerda ese dejar. Dejar un objeto solo, y que la vida salga adentro. Es como cuando uno visita por primera vez una casa y en el patio uno ve un tarro y que adentro creció una maleza, y es una planta hermosa. Es constatar la vida que continúa en las circunstancias que sea, pero al mismo tiempo, la forman de la bota uno la vincula a la jerarquía vertical, a lo que oprime, y al trabajo también. Me parece muy significativa esa obra, impresionante. Y, por supuesto, el volumen de tierra parece ser una experiencia enriquecedora pararse al lado; la monumentalidad nos hace sentirnos adentro siempre, es como obligatoriamente inmersiva.

«Sí. Es bonito lo que tú nombras respecto de que por un lado está la obra de las botas, que es una obra casi silenciosa, pero muy sensible y emocionante y que ocurre casi de manera azarosa. Yo viví mucho tiempo en Chiloé, y el que no tiene botas de agua de alguna manera no puede vivir en Chiloé. En algún momento me tocó venir a Santiago y me tuve que quedar mucho más tiempo de lo que yo esperaba y cuando regresé se me habían quedado las botas afuera, por supuesto, y en una de ellas estaba creciendo un árbol. Y esa imagen, que es un fenómeno espontáneo, me pareció muy poético: era una especie de transición entre ser humano y naturaleza, o viceversa. Es una obra pequeña, pero en ese sentido muy poética, muy sensible. Y por otro lado está la otra gran obra, esa obra monumental o instalación que ocupa toda la sala, en que está completamente desolada al mismo tiempo, porque esta es una obra que es como un descampado. Es como un sitio eriazo, donde debiera haber vida y no hay absolutamente nada, hay una especie de situación inerte que es muy desconcertante, y que produce efectivamente una especie de experiencia física espacial, volviendo a lo que hablábamos en principio respecto de mis intereses entre el ser humano y el espacio.

Obra de Cristián Salineros para la exposición Azoico. Foto: Jorge Brantmayer.
Obra de Cristián Salineros para la exposición Azoico. Foto: Jorge Brantmayer.

Por eso le mencioné esas dos obras, son como dos polos de alguna manera. ¿Quién no recuerda, de su infancia, cuando se dio cuenta por primera vez de que al caminar por la vereda de repente aparecían unas plantas preciosas en medio del cemento? Cuando uno era niño eso lo maravillaba enormemente, sentía la certeza de la esperanza. Algo contrario de lo que uno va empezando a sentir cada vez más, mientras va creciendo, en el sentido de que de niño pensaba «El año 2000… ¿cómo será el mundo en el año 2000?» Y ahora, uno piensa «¿Cómo será el mundo en el año 2050?», pero lo piensa con preocupación.

«Exactamente, porque ya hace rato que pasamos un punto sin retorno. Por eso la exhibición tiene algo medio triste, medio melancólico, medio rabioso también, cuando yo digo ‘Bueno, si esto se va a acabar, que se acabe y ya’. Para qué seguir ‘agonizando’. Pero obviamente también hay ciertos matices que son más esperanzadores, como las plantas creciendo en las botas, como los pajaritos que cantan cuando tú estás dentro de la exhibición, porque como las salas del museo son abiertas, ese sonido se filtra en todas las salas, entonces hay una presencia espacial sonora en todas las salas al mismo tiempo también, que es bien interesante que pase en la exhibición».

Tengo una pregunta que tiene una parte de anécdota: ¿en este tiempo de exhibición, ¿se procrearon las aves? ¿Tuvieron guagüitas? Y segunda parte de la misma pregunta, ¿está vinculado a alguna experiencia personal este concepto con las jaulas y los pájaros vivos? Usted ya lo había trabajo en su exposición «Antes de esto no había límites, sólo tiempo». ¿Tiene algún resorte con su propia biografía?

«Respondiendo a la primera pregunta, si yo dispusiera de canastillos nido, sí se empezarían a procrear, porque ha pasado en exhibiciones anteriores. Lo que pasa es que en este caso no tienen los canastillos nidos como para que la hembra se eche, por lo tanto no va a pasar. No todavía, por lo menos. Cuando han nacido pichones durante una exhibición, es una cosa muy poderosa. Dicho eso, la relación con las aves tiene que ver con cuestiones efectivamente medio biográficas de mi infancia. Yo siempre he tenido cierta afinidad con los pájaros, a pesar de que no siempre mis obras están complementadas con la presencia de aves. De hecho, muy pocas veces. Las otras son referencias nomás. Y mi relación con ellas es que yo recuerdo que cuando niño vivía cerca de un lugar donde había una pajarería y a mí me pareció muy insólito que me encontré con que tenían a la venta chirigües. Los chirigües son aves silvestres, medio parientes de los jilgueros. A mí me parecía muy raro eso, entonces yo me iba en bicicleta con una caja de zapatos con hoyos y compraba todos los chirigües que había, eran muy baratos, seguramente porque los cazaban por ahí, y me los llevaba a mi casa. Cuando llegaba al patio de mi casa, con una idea utópica, los soltaba pensando que a lo mejor se iban a quedar en el patio de mi casa. Obviamente soltaba los pájaros y los pájaros se iban y nunca más volvían. Pero yo me acuerdo de haber hecho eso muchas veces porque era muy raro, era como si estuvieran vendiendo gorriones. Me parecía mal, entonces compraba todos lo que había y llegaba a mi casa y los soltaba. Y obviamente se iban y jamás volvían».

Es bonita esa historia, la idea de que se van a quedar en la casa. Porque hay pájaros silvestres que generan relaciones con las personas, pero siempre viene más como de ellos, no de uno.

«Obvio que sí. De hecho, yo podría haber salido de la tienda de mascotas y haberlos soltado inmediatamente».

Quisiera aprovechar de preguntarle qué le han dicho con respecto a una obra suya que está en un espacio de alta circulación y que se inauguró hace más o menos poco. Su escultura roja en el aeropuerto, Nube R.

«He tenido muy lindos comentarios. Hay gente que alucina con la pieza porque tiene una lógica completamente distinta de lo que estábamos hablando. Es una pieza que para el espacio público funciona muy bien porque cuando tú te desplazas de alguna manera se mueve, se transforma en una especie de objeto orgánico porque es media cinética. Entonces he tenido muy lindos comentarios, sé que ha habido muchas fotos que andan dando vuelta por ahí. Pucha, puros buenos comentarios, eso es medio egocéntrico decirlo de mi parte, pero es lo que he recibido». 

¿Por qué decidió trabajar ahí, en ese lugar, con esa especie de piedra gigante, pero como desmaterializada, que es como una piedra evidentemente falsa, ¿no?

«Lo que pasa es que la obra en sí misma no tiene la responsabilidad de parecerse a una piedra. Ni pretendía eso. Fue una convocatoria del Ministerio de Obras Públicas, a través de la Comisión Nemesio Antúnez, y una de las cosas muy importantes que había en las bases de invitación a concursar era que la obra no podía tener demasiado peso porque debajo de eso está la loza que luego da a los estacionamientos, y las lozas de hormigón están calculadas para resistir una cierta cantidad de kilos por metro cuadrado. En este caso la restricción del peso era importante, entonces yo me planteé un auto ejercicio de decir cuál sería uno de los materiales que más pesan o qué es lo que más pesa. Y la piedra, el granito en particular, es uno de los materiales que más pesan en el mundo. Entonces fui a los cerros a buscar, a mirar, piedras que tuvieran más o menos formas como la que a mí me interesaba, y que tuvieran la escala y el tamaño como los que a mí me interesaban. Y a partir de esa observación y de esas mediciones, lo que hicimos fue traducir ese gran volumen pétreo en una especie de alma o de achurado visual gráfico de lo que debiera ser la piedra. Lo que está ahí es la forma de la piedra, pero vaciada de su peso físico, y al mismo tiempo ahí volvía a aparecer un lenguaje común en mí que tiene que ver con las tramas, con las transparencias, con la impermanencia, con lo penetrable, en donde el espacio se mete adentro de la obra y la obra está también en el espacio. Una piedra como ésa pesaría sobre 30 mil kilos y esta obra no podía pesar más de mil y tantos kilos».

¿Qué les diría a los auditores de Radio Beethoven, como invitación a acercarse a la exposición «Azoico», que está exhibiendo en Mavi UC?

«Que Azoico efectivamente es una experiencia física, pero también es una experiencia que nos invita a reflexionar sobre el estado actual de las cosas y las relaciones que nosotros, como seres humanos, tenemos con los entornos naturales y sociales. Creo que de verdad es una experiencia muy interesante desde lo corporal, desde lo sensible, desde lo emocional».

Por Romina de la Sotta Donoso | 21-03-2024.

Compartir:

Contenido relacionado